Mi intención no era escribir esto. Se suponía que era la clase de experiencia para presumir en Instagram y esas cosas. Hace poco pagué por un retiro de ayahuasca, organizado por una empresa de turismo de aventura y tal. Siempre tuve tantas reservas como ganas de saber lo que realmente era, así que después de investigar, y de un arrebato por salir de la rutina, decidí volverme mochilero por un día y emprender la aventura más grande de mi vida. O eso pensé.
Creía que para tomar la ayahuasca (o yagé, como se llama aquí en Colombia) había que viajar a la Amazonía (colombiana o peruana) pero, como ofrece el retiro, un taita puede viajar a un lugar más cercano para nosotros los rolos. Así que una vez hecha la reserva y llegado al punto de encuentro a las cuatro de la tarde, emprendimos un viaje de tres horas por tierra (aunque estuvimos una hora varados en la salida por la Autopista Sur por bloqueos).
Después de llegar a la finca, estirar las piernas y escuchar una charla grupal con el taita, a eso de las diez de la noche empezó la ceremonia en la maloka. Realmente tenía muy buena actitud, y sobre todo mucha expectativa. Uno de los ayudantes del taita soplaba humo de una sartén con brasas a la cara de cada participante, diciendo que nos quitáramos el tapabocas porque «estamos con Dios, y con Dios no pasa nada». Pensé de inmediato en quienes por exceso de fe han fallecido por el COVID-19, pero como había distancia, acepté.
Luego vino la primera toma de yagé cielo (porque por lo visto hay variedades). El taita entregaba una totumita y la llenaba, y su ayudante ofrecía un vaso de agua (del que todos bebían, aunque yo no lo hice) para enjuagar el mal sabor. Es muy amargo, pero no insoportable. Y entonces ocurrió… nada. Un intento de trasbocar, y luego otras cuatro vomitadas. Nada más. Nada de visiones, criaturas, colores. La misma lucidez y conciencia, la misma línea de pensamiento habitual. Cada uno se retiraba a sentarse o a acostarse en las hamacas de la maloka a hacer introspección o algo así.
Muchos vomitaron, alguno tuvo diarrea, pero no sé cuantos tuvieron los efectos que se esperan de la ayahuasca. Yo creo que ese fue un error que no sé si cometimos todos: no indagar si los demás sintieron algo. El caso es que después de unas cuatro horas de deambular por la finca, empezó la segunda toma. Cuando el taita servía la toma, me preguntó si había tenido visiones, y le dije que no, que sólo había vomitado cuatro veces. Entonces su ayudante celebró lo bien que iba la «purga». Dicen que no todo el mundo tiene visiones (la «pinta») en su primera toma, pero que aún así el vomitar y tener diarrea (la purga) eran algo muy bueno por la limpieza física y espiritual. Ya.
Yo pensaba: la primera toma me limpia, con la segunda vendrá lo que he venido a buscar. Y entonces ocurrió… lo mismo. Nada. Además de estar muy cansado, estaba tan decepcionado que empecé a pensar incluso en escribir este artículo. Luego vomité otras dos veces; en la última casi me dejo el alma. Y ya. Ni siquiera tuve diarrea (iba a mencionar a Jackson Pollock para describir algo en uno de los baños, pero mejor no). Luego vino una hora de canciones pachamamertas en la maloka que, supongo, tenían como propósito hacer cumplir la recomendación de no dormir. Yo seguía deambulando por la finca hasta que amaneció.
Luego vino el resto del programa: un buen desayuno con fruta y caldo, una limpieza colectiva del taita con humo de tabaco y una clase de yoga, muy larga y frustrante para quienes estamos más tiesos que un gato de porcelana. Luego una limpieza individual con tabaco, en la que inhalé más humo que como fumador pasivo en toda la vida, y en la que el taita me mostró que había usado casi todo el tabaco porque yo «estaba muy bloqueado». Finalmente a mediodía comenzamos el viaje de regreso, que duró menos de dos horas. En realidad, siempre hubo un buen ambiente, todos fueron muy amables y cordiales, todo estuvo muy bien organizado y habría sido una experiencia espectacular… si hubiera funcionado.
Todo el viaje, desde los preparativos hasta las tomas, resultó en definitiva muy frustrante y agotador; tanto que ni siquiera pensé en si había alguna cláusula de «satisfacción garantizada o le devolvemos su dinero». Sé que de entre quienes se encuentren con este artículo no faltará quien escriba que me equivoqué de retiro, que no todos son taitas de verdad, que tenía demasiada expectativa o que la ayahuasca no es para todo el mundo. Dicen que es algo que hay que hacer una vez en la vida, pero no más de una vez en la vida (porque hay que aprender a alcanzar lo mismo por cuenta propia) y no verlo como una simple experiencia alucinógena, pero es que ni eso pasó.
Mi intención era buscar algo que nunca encontré ni en la religión ni en el negacionismo materialista (punto para el escepticismo) y pensé que si funciona con drogadictos o enfermos es porque una sobredosis de DMT es más poderosa que cualquier bloqueo mental, pero al parecer no es así. Yo sólo sé que ya ni lo quiero volver a intentar. A la espera de si llegan o no los efectos retardados de tanta purga y tanta limpieza, sólo me queda pensar en las palabras del buen e incomprendido Bane: no hay desesperación sin esperanza.
P.D.: El viaje final de regreso hasta aquí fue en Transmilenio, y estaba tan cansado que ni cuenta me di de que me robaron el celular. Había tantas estaciones destrozadas que el bus tuvo que ir hasta la encantadora Tercer Milenio. Una cosa tendrá o no que ver con la otra, pero creo que los promotores en la sombra del paro no creen en la «teoría de las ventanas rotas«, porque seguramente sus fanáticos son quienes las rompen.